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Andrea & Ximo
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Deliciosa Malasia

andreayximo 25 septiembre, 2016 5 Comments 2344 Views

¡Que grande es el aeropuerto de Kuala Lumpur! Sus dos terminales de dimensiones descomunales, numerosas puertas de embarque y distintos puntos de llegada, exigen que uno preste mucha atención a dónde quiere ir exactamente si no desea pasear perdido por sus instalaciones. Nosotros lo tuvimos claro en el preciso momento en el que la señorita de información nos indicó: “No es aquí, es en la otra terminal”.

De nuevo, jugamos como nunca y perdimos como siempre. Habiendo salido con tiempo de sobra, esta vez no se nos escaparía un avión, se iba al garete la bienvenida sorpresa y peliculera que pretendíamos darle a Carmen, el tierno momento para el que llevábamos más de una hora subidos en un autobús… Pero gracias a que la fortuna siempre vuelve con nosotros, aún cuando parece habernos abandonado en el momento más inoportuno, nuestra maratón para salvar la distancia entre las dos terminales, colándonos en un tren rápido para el que no teníamos billete y corriendo por la terminal correcta como si de una final olímpica se tratara, nos dejó detrás de las barandillas de recibimiento a tiempo de evitar el cruce con nuestra amiga y su partida hacia un hotel donde no estábamos para poder recibirla, y en el que ni siquiera podría dejar sus cosas en la habitación. En definitiva, a tiempo de evitar el desastre.

Finalmente, y en contra de todo pronóstico, conseguimos mirar directamente a los ojos a nuestra amiga cuando, buscando en los letreros la ruta al exterior, nos encontró uniformados con nuestra camiseta oficial del verano. Fue increíble reencontrarnos con ella más de cinco meses después y tener de nuevo esa sensación de habernos visto antes de ayer… Pero más increíble fue descubrir la cantidad de equipaje que traía para pasar ¡tan sólo tres semanas!. En términos volumétricos, el equipaje del nuevo integrante del equipo era igual al de la suma de Los Peanuts. No había duda, en los desplazamientos por Malasia resultaría evidente quién de los tres estaba de auténticas vacaciones.

Cargados con las nuevas maletas, nos dirigimos de vuelta a la ciudad, donde cambiamos el asiento en primera clase en el que Carmen había salvado los kilómetros que nos separaban, por un hotel en pleno meollo de Chinatown. Nuestra amiga se empezaba a dar cuenta de cómo irían las cosas… Instalados en la habitación, descubrimos a qué se debía parte de la carga industrial que transportaba aquella maleta gigante. “Un poco de crema solar y repelente de mosquitos” habíamos respondido a la pregunta de “¿Queréis que os lleve algo?”. Carmen parecía haber procesado nuestra respuesta reinterpretándola como un: “Hemos abierto una farmacia y aquí no hay Relec ni crema solar, necesitamos provisiones”. Con el tiempo acabaríamos agradeciendo el abastecimiento, pero cuando vimos por primera vez lo que ocupaba el arsenal, en nuestra cabeza solo rondaba la pregunta “¿Dónde diablos vamos a meter todo esto?”

Dispuestos a descubrir Kuala Lumpur (KL), nos lanzamos a las calles. Estaba oscureciendo cuando llegamos a las torres Petronas lo que nos permitió disfrutar de sus imponentes y majestuosas fachadas, primero con los últimos rayos de sol reflejados sobre las mismas, y después con su perfecta iluminación, todo un símbolo del distrito financiero de la ciudad. Allí acudió al encuentro el que sería nuestro guía culinario en KL, Joe Lim, a quién tuvimos el gusto de conocer en nuestra parada en la Barrera de Coral.

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Joe, un perfecto anfitrión, había planeado una noche de inmersión total en la cultura gastronómica de su país: “¿Tenéis mucha hambre?”, había preguntado. Pronto entendimos que resultaba difícil tener tanta hambre como la que Joe consideraba mucha… Primero nos llevó a cenar a un restaurante callejero a las afueras, famoso entre los locales: éramos los únicos turistas en aquella callejuela, atestada de mesas y sillas viejas de plástico. Como consecuencia de semejante inmersión, no pudimos evitar el pequeño escollo que surgió cuando el camarero nos informó de que no disponía de bebidas embotelladas. Carmen no podía creérselo. Ante tamaño desastre nosotros continuamos conversando con Joe para ver qué deliciosos platos íbamos a saborear, pues sin ninguna duda nos podrían complacer con unos deliciosos tés de limón con hielo, cuya procedencia ni nos cuestionábamos, evidentemente no venían de una botella de agua mineral. No contenta con el cariz que estaba tomando la situación, Carmen nos informó con una cara que incluso un malayo era capaz de leer. “Podemos comprar agua embotellada en esa tienda de ahí” nos informó Joe, sabedor de los peligros que rondaban la cabeza de nuestra amiga. Hidratados todos adecuadamente, nos entregamos al delicioso y contundente Nasi Lemak (arroz cocinado con leche de coco con guarnición) que Joe nos había recomendado, de hecho, la especialidad del restaurante.

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Tras una cena que había dejado satisfecho incluso al Peanut que había osado responder “sí” a la pregunta del hambre, aún nos quedaba pendiente el postrecito. El momento más ansiado por Joe había llegado, nos invitaría a degustar la fruta por excelencia en el sudeste asiático: el durian. Es imposible mantenerse imparcial ante el sabor pero sobre todo, ante el olor. Este último es tan fuerte y característico que comer la fruta está terminantemente prohibido en algunos lugares públicos y alojamientos. El durian es la fruta de la discordia, no probarla no es una opción estando en Malasia, y una vez lo has hecho será inevitable que te posiciones como un auténtico fan o como todo un detractor. El intenso y peculiar sabor no te permitirá en ningún caso mostrarte indiferente. En Malasia son, por lo general, amantes de dicha fruta siendo tal la pasión que despierta que hay restaurantes en las carreteras en las que tan sólo se ofrece este manjar en sus infinitas variedades.

 

Así que allí fuimos, a una “Durian Station”, a posicionarnos. ¿Qué cuál fue el resultado? ¡Nos gustan los durians! Eso sí, la variedad King, osea, la más cara del mercado con diferencia, y es que en el tema de los durians somos de paladar fino. Después del postre Joe aún preguntó si teníamos más hambre ya que tenía en mente llevarnos a un par de sitios más… Tuvimos que plantarnos, pero aún así fue una inmersión culinaria en el país inolvidable la que nos regaló nuestro amigo Joe, y es que descubrir las costumbres lejanas a manos de un buen anfitrión es algo que no se paga con dinero, sino con amistad.

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Aún con recuerdos de durian en el ambiente, Joe, continuando con su labor de perfecto anfitrión nos recogió en nuestro hotel la mañana siguiente para que pudiéramos realizar una de las actividades imprescindibles en KL: desayunar. Y es que los lugareños se toman muy en serio esta comida, que perfectamente se podría confundir con esas que se hacen el domingo en casa de tu abuela. De nuevo, éramos los únicos turistas en aquel abarrotado antro repleto de platos típicos y autóctonos de hambre voraz. A las 11h00 de la mañana y sin haber desayunado de verdad, nos sentábamos a la mesa para degustar los más tradicionales sabores malayos como fideos en sopa de pescado (har mee), fideos salteados con huevo y verduras (char kway teow) e incluso ¡verdel en escabeche! (asan laksa). A pesar de lo extraño de la hora para los sabores a los que nos enfrentamos, en aquel concurrido kopitam (cafetería china), disfrutamos de una comida espectacular en la que ninguno de los deliciosos platos costó más de dos euros. Eso sí, viendo el horario culinario malayo, nos vimos obligados a recuperar nuestro desayuno a eso de las 15h00 con unos donuts y un café con leche.

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Con reservas alimenticias para poder pasar prácticamente sin comer el resto de nuestra estancia en Malasia, nos subimos a bordo del autobús de cinco horas que nos trasladaría a Cameron Highlands. Durante el viaje pudimos vivir una de las lluvias más intensas que ninguno recordaba, y ojo porque dos de los miembros del equipo son del norte. Cualquiera en su sano juicio hubiera detenido el vehículo y esperado a que amainara el temporal, pero el tráfico de aquella pequeña carretera de montaña demostraba claramente que los malayos están hechos de otra pasta. El conductor de nuestro autobús, sabedor de que conducía el vehículo más pesado, y por tanto el más estable, ni se inmutaba ante aquel río en el que se había convertido la carretera, acelerando tras cada curva motivado por cumplir el horario marcado. Como venía siendo habitual en los transportes públicos malayos, llegamos con más de una hora de retraso.

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En Cameron Highlands pudimos disfrutar del paisaje alpino de picos azulados, sus mohosos bosques y las interminables granjas de fresas. Pero lo que realmente nos enamoró fueron aquellas plantaciones de té que se extendían a lo largo de decenas de montañas en forma de infinitos laberintos dibujados por los caminos entre los arbustos de té, de no más de metro y medio de altura. Imposible no mostrar una cara de sorpresa ante aquella maravillosa estampa. Nuestra paseo en Land Rover por los encantadores parajes de la zona concluyó con una visita a un pequeño zoológico donde pudimos posar con mariposas enormes, sostener tortugas y asustarnos con escorpiones entre otros. Un día inolvidable.

5 Comments

  1. Aidi " la pringa"
    25 septiembre, 2016 at 8:46 am

    Teniu un error en aquets post un poc ofensiu per a tot el món, menys per als Peanuts, » resultaría evidente quién de los tres estaba de auténticas vacaciones.» , en realitat… » resultaría evidente quién de los tres estaba tan sólo tres semanitas miseras y quién seguía con sus más de seis meses de vacaciones» no cregueu???

  2. Teresin
    25 septiembre, 2016 at 9:34 pm

    Chicos que manera de comer….la pinta que tienen los platos en las fotos es muy apetecible y seguro que estaban riquísimos; esa fruta tan rara que a mi me parece un erizo de mar me da un poco de cosa , pero hay que probar de todo…..
    Espectaculares las fotos como siempre, no defraudáis nunca. Las plantaciones de te son tan bonitas, con ese color y seguro que olían muy bien.
    Un montón de besos y seguir disfrutando

  3. Clara
    4 octubre, 2016 at 9:47 pm

    Está clarísimo quien está de vacaciones, las maletas le delatan.
    Un abrazo para todos

  4. Irela, Lucas, Victor
    13 octubre, 2016 at 5:51 pm

    Totalment d’acord prima!! Quin atreviment!! ;);)

  5. Alexia
    14 octubre, 2016 at 2:58 pm

    Andrea! No sé cómo habeis sido capaces de comeros un durian!!!! Con lo que apestan, como os admiro! En Birmania estaba plagado también y supongo que en Vietnam también habrás visto. Qué horror!!!
    A falta de leerme Camboya, me fascina vuestro viaje. Sobretodo Australia y Nueva Zelanda. Y que fotos por dios!!! Tengo ganas de que vengas y me lo cuentes todo todo!!
    Acabad de disfrutar de esta súper aventura.
    Besotes

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