Después de invertir nuestros primeros días en Malasia en actividades “culturales”, pusimos rumbo a nuestro auténtico objetivo: la playa. Tras valorar las distintas opciones, nos decidimos por la no tan turística Pulau Kapas, al este de la península Malaya. Desde Tanah Rata, en Cameron Highlands, compramos billetes directos a Kuala Besut, en la costa este, donde llegaríamos en aproximadamente seis horas a bordo de una cómoda furgonetita con capacidad para catorce personas.
La incomodidad de un transporte en el que uno se encaja como una sardina en lata y el aire acondicionado no llega más que para moverle ligeramente el flequillo, era algo con lo que estábamos familiarizados; que la duración total del trayecto era completamente estimativa y al menos habría que añadirle la hora de gracia, venía siendo habitual en el país; lo que sí nos creímos a pies juntillas fue lo del transporte directo, ¿por qué iban a engañarnos?
Llevábamos poco más de una hora en la carretera cuando el conductor nos sorprendió tomando la Ruta 8 en dirección opuesta a nuestro destino. Aún estábamos elucubrando con el mapa por qué camino tendría intención de llevarnos y farfullando lo poco que sabe Google de las rutas por la zona, cuando el conductor anunció que parábamos a esperar a otra furgonetita con la que continuaríamos. El traspaso entre furgonetas y el posterior retroceso por la misma Ruta 8 por la que habíamos venido, avanzando, esta vez sí, por la dirección que Google se empeñaba en señalar como correcta, hicieron que el concepto de viaje “directo” se tambaleara en nuestras cabezas. En marcha de nuevo, atravesamos la frondosa vegetación del Taman Negara, en el centro de la península malaya, hasta que aproximadamente a la 13h00 el nuevo conductor volvió a parar, esta vez para comer y…¡sorpresa!, para cambiar nuevamente de minivan. Nadie en la furgoneta se lo podría creer y todos nos echamos a reír ante el anuncio del conductor. Parecíamos un equipo de atletas con maletas en una prueba de relevos. ¡Increíble!
Tras más de ocho horas (dos más de las previstas inicialmente), varios cambios de vehículo, y un largo recorrido por las carreteras malayas, a las 16h00 llegamos a Jerteh, donde el conductor nos recomendó bajar ya que el resto del camino hasta Kuala Besut nos alejaba de nuestro destino final. Aún nos quedaba un trecho hasta llegar a nuestro hotel, a 130 kilómetros, pero sin saberlo la suerte se puso de nuestro lado.
En todos los foros y guías se explica claramente que no se debe comprar billetes en lugares no oficiales. Por supuesto, nosotros lo sabíamos, pero tres españoles perdidos en una estación de autobuses son muy suculentos a la vista de cualquier timador malayo. Y eso mismo es lo que parecía que iba ocurrir. Después de cerciorarnos que para llegar a nuestro destino necesitábamos dos autobuses más, y posiblemente un taxi, se nos acercó con un inglés demasiado amistoso el que parecía el tonto del pueblo, que básicamente fue más listo que nosotros. “¿Dónde vais?” nos preguntó, y nosotros contestamos de buen grado. Cinco minutos después nos habíamos subido en un autobús sin billete, aunque pagando un precio ligeramente superior al que sabíamos costaba el trayecto, y sin parada oficial en nuestro destino, aunque con la confirmación verbal del conductor de que pararía. Como os podéis imaginar nuestro malayo está un poco oxidado y lo mismo le pasaba a aquel conductor con el inglés, así que no solo no las teníamos todas con nosotros en que el autobús parase donde necesitábamos, sino que además ya nos veíamos sin maletas y abandonados en mitad de la nada. ¡Que mala es la falta de confianza en la raza humana! No solo nos llevó sin problemas a nuestro pueblo, sino que además ¡nos dejó en la misma puerta del hostal!. Al final, además de salirnos más barato, redujimos el número de transportes del día. Malasia nos resarcía por el viajecito “directo” en furgoneta.
Nuestro destino playero nos esperaba. Carmen había insistido en la necesidad de salirnos del circuito que recomiendan las guías para escapar de la multitud de turistas que se dirigen a las islas Perhentian, así que acabamos en Marang, pequeño pueblo de pescadores que actúa como lanzadera para llegar a la isla Kapas.
La verdad, no pudimos hacerlo mejor. El paraíso en forma de isla semidesierta, rodeada de playas de arena blanca bañadas por aguas cristalinas, y envuelta en una frondosa vegetación selvática que además de una estampa imponente regala agradables zonas de sombra en cada recodo, nos recibió con los brazos abiertos en ese rinconcito no tan conocido de Malasia. El buceo con tubo en la propia playa era de primer nivel: nunca habíamos nadado entre anémonas observando ajetreadas familias de peces payasos entrando y saliendo a solo un palmo de nuestras gafas… no estaban solas, el fondo de aquella playa, a diez pasos de la orilla, era como la Gran Vía de Madrid en hora punta en versión pecera.
En cuanto a los visitantes, la mitad eran autóctonos que venían desde los alrededores para disfrutar de aquella postal, lo que reforzaba nuestra idea de que habíamos dado en el clavo, y para nuestra sorpresa, la otra mitad eran ¡españoles!. No entendíamos si esto se debía a que todos leemos los mismos foros, huimos de las mismas aglomeraciones o que somos tan ratas que no pagamos los altos precios del circuito sugerido. El caso es que tan lejos de casa parecíamos una auténtica plaga en busca de sol y tranquilidad. ¡Y lo encontramos!
Durante nuestros días playeros establecimos nuestra base de operaciones en una homestay, una casa con muchas habitaciones que se alquilan a modo de hotel pero sin los servicios del mismo. El recibimiento fue muy agradable y todo marchaba viento en popa hasta que una vez instalados quisimos ir un poco más allá… al preguntar a los dos jóvenes malayos que regentaban la casa, dónde encontrar bares alrededor y dónde lavar nuestra ropa, quedó de manifiesto que no habíamos aprendido inglés en la misma escuela y que la comunicación no iba a ser cosa fácil. Afortunadamente, una amplia experiencia jugando a las películas nos avala y aderezando el inglés con algunos gestos pudimos llegar a buen puerto.
Al volver a la habitación tras la cena descubrimos una pequeña invasión de hormigas, hecho intolerable para nuestra nueva compañera de viaje. Con actitud decidida se dirigió a informar del problema a los muchachos de recepción. De nuevo, el inglés iba a ser un vehículo comunicacional insuficiente, siendo necesaria una improvisada partida de mímica donde, según nos contó a posteriori, Carmen tuvo que escenificar una hormiga y un mosquito. De forma sorprendente, se presentó en la habitación con dos aerosoles. La segunda noche Carmen continuó haciendo gala de sus recursos, esta vez poniendo encima de la mesa delicioso jamón serrano traído de casa, ¡casi lloramos al saborear el manjar!
Tres días de maravillosa playa después, emprendimos nuestra marcha hacia la costa oeste de la península malaya, esta vez a bordo de un autobús de nueve horas, extensibles ya sabéis. Los Peanuts, entrenados para este tipo de trayectos, sabían que el éxito del confort residía en dos conceptos muy básicos: realizar el mayor número de aguas menores posible en el limpio hotel, e ingerir la menor cantidad de líquidos durante el viaje. Carmen en cambio, no dudó en ordenar un té calentito para pasar el rato de espera en la estación mientras salía el autobús.
No habían pasado ni dos horas desde nuestra partida cuando el autobús hizo su primera parada, en nuestra vieja conocida estación de Jerteh. Sin poder evitarlo y sin imaginar a que se enfrentaría, nuestra Carmen bajó alegremente del autobús confirmando a su regreso la acertada táctica Peanutil… Mientras tanto, nosotros continuamos en nuestros asientos, cómodamente instalados y leyendo nuestros libros. En esas estábamos cuando, con ojos abiertos como platos y cejas enarcadas en señal de sorpresa Carmen nos gritó a la cara: “Recordarme que nunca me separe del grupo. Me han hecho ponerme unas chanclas suyas para entrar en el baño. ¡Qué puto asco! ¡Seguro que tengo hongos!”. No pudimos sino troncharnos de risa en la cara de nuestra amiga al tiempo que le exclamábamos: «¡Al blog!”. Viendo el cariz que tomaba la situación decidió bajarse de nuevo del autobús para documentar la escena.
Tras nueve largas horas de viaje llegamos a Penang, y más concretamente a Georgetown. ¿Qué es lo que íbamos a hacer allí? Pues una de nuestras actividades favoritas: comer. Y es que resulta que si Georgetown, y en consecuencia Penang, es la cuarta destinación más recomendada por Lonely Planet en el mundo, es en parte por sus mercadillos de comida callejera, que dicho también por nuestro amigo Joe, es la mejor de Malasia.
Así, entre mercados de comida callejera y templos, pasamos un día y medio en una histórica ciudad portuaria que tradicionalmente sirvió de puente para el comercio entre Asia y Europa. En sus años de esplendor Georgetown atraía comerciantes venidos de todos los rincones de ambos continentes cuya impronta ha quedado grabada en cada esquina.
Con Tailandia en el horizonte nos despedimos de Malasia como no podía ser de otra manera: con un último paseo en furgonetita. Por supuesto, este viajecito también presentaría algún que otro inconveniente… En el momento de contratarlo en una de las agencias de transporte del barrio de Little India, el que parecía el jefecillo, un amable señor llamado Apu, nos ofreció la posibilidad de hacer las veces de taxista recogiéndonos en su propio coche a las 04h45 horas del día siguiente para llevarnos a la estación de autobuses. Sí, habéis leído bien: las 04h45, porqué la furgoneta partía a las 05:00h. Existía también la posibilidad de iniciar el viaje a las 08h30, pero suponía perder tres horas y media valiosísimas que podríamos utilizar visitando Krabi, nuestro destino. Por supuesto este enfoque sólo lo podría haber hecho el nuevo integrante del equipo, que con sus ganas de aprovechar al máximo el tiempo y su capacidad de dormirse en cualquier momento y lugar, nos empujó a realizar semejante locura. Pues bien, ¿sabéis ese miedo que todos tenemos a que no suene el despertador cuando nos hemos comprometido demasiado pronto? ¿esas noches infernales en las que uno pasa casi más rato comprobando el reloj que durmiendo? Después de una de esas, allí estábamos nosotros frente al hotel a las 04h45 esperando a Apu, nuestro taxista improvisado. Pero Apu no estaba. Ni cinco minutos más tarde tampoco. La pesadilla se hizo realidad en nuestro querido amigo, y su despertador no sonó. Fueron nuestras llamadas desesperadas las que le hicieron salir de la cama y media hora después del primer “No problem, estoy de camino” el adorable Apu se presentó ante nosotros con un aspecto que no dejaba claro si se había dormido o si más bien aún no se había acostado. Lo que sí parecía advertirse en su actitud, es que no solo de agua vive el hombre…
Los astros acabaron por alinearse e increíblemente la furgoneta nos estaba esperando, aún considerando que Apu nos dejó allí 15 minutos después de la hora establecida de partida. Pero en realidad, todos sabemos que los horarios no van con el sistema de transportes malayo. Por supuesto, la hora de llegada fue estrictamente la estipulada, más las dos de retraso habitual para trayectos de más de cinco horas.
Y con esta aventurilla pusimos punto y final a nuestro periplo por Malasia.
La verdad es que el sitio es increíble, pero los viajes en furgonetita ( como vosotros decís) son un poco caóticos, vaya sentido del tiempo! me imagino que forma parte de su idiosincrasia.
Veo a Carmen muy guapa en las fotos.
Un monton de besos para los tres.